Pensé que tus labios todavía besaban sapos. Que tus ojos de princesa eran vejados por el tiempo y que no habría nadie que al final de tus palabras no te prohíbas ofrendarle una sonrisa.
Tus muecas, aunque pasajeras, tenían dueño, yo no sabía… y tenía la insolencia de querer ser yo tu mejor signo de interrogación, tu mejor soledad mientras recordabas esa canción que de pequeña te hacia sonreír. Quise ser alguien que en tus días cuelgue el sol en tu habitación y que por las noches secuestre la luna y adornar cada rincón de tu piel, besarte la frente y sentir que me miras en la oscuridad mientras me arrancó de este mundo de cristal. Verte dormir y creer que fui el por un minuto. Aquel sapo que solo entra a tu habitación mientras despiertas y lo besas y se convierte en príncipe, pero no porque él lo sea, sino porque ese es el efecto quimérico de tu boca.
Tus muecas, aunque pasajeras, tenían dueño, yo no sabía… y tenía la insolencia de querer ser yo tu mejor signo de interrogación, tu mejor soledad mientras recordabas esa canción que de pequeña te hacia sonreír. Quise ser alguien que en tus días cuelgue el sol en tu habitación y que por las noches secuestre la luna y adornar cada rincón de tu piel, besarte la frente y sentir que me miras en la oscuridad mientras me arrancó de este mundo de cristal. Verte dormir y creer que fui el por un minuto. Aquel sapo que solo entra a tu habitación mientras despiertas y lo besas y se convierte en príncipe, pero no porque él lo sea, sino porque ese es el efecto quimérico de tu boca.
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