martes, julio 29, 2014

Pensé que tenía suerte



Pensé que era la primera, la del colegio. Con su sonrisa etérea y mochila gastada. Pensé que nos veríamos a la salida, y caminaríamos al parque a tirarles migajas a las palomas. Pensé por un segundo que la canción que bailamos, la bailaríamos una vez más. Que había algo más que un te quiero en la última hoja del cuaderno.

Pensé que sería la soledad, un tiempo.

Pensé que sería mi vecina. Cuando nos contábamos cosas de balcón a balcón, pensé que algún momento le diría para encontrarnos en la esquina y escuchar a Calamaro en mi walkman, compartiendo audífonos. Pensé que ella pensaba que yo pensaba que la quería, y sin querer un día se mudó y nunca supe más de ella.

Pensé que sería la italiana, pero no.

Pensé que era la chica de converses moradas, la que se sentaba a mi costado en la academia. Compartía mis ganas de querer incendiar el instituto y vivir de lo que buenamente salga de su cámara.

Pensé que sería mi prima lejana, no la conocí sino hasta los quince años. Pero ella no quiso ser.

Pensé que sería la japonesa, y francamente me hubiera gustado que haya sido así. Pensé que no sentía algo por mi, y que no teníamos nada en común. Me ocultaba de todo, y pensé que no me quería en su vida. Y me equivoqué.

Pensé que sería la tailandesa, que supo toda mi vida hasta ese momento. Pensé en viajar con ella, y hacer una vida allá. Se hospedó en mi casa por meses, vivíamos juntos, era perfecto. Jugábamos videojuegos hasta tarde y caminábamos por la playa los fines de semana. Pensé en esa canción que le escribí, y de cuando en cuando todavía la canto. Pensé que un día me dijo que estaba enferma, muy enferma. Pensé que lo que decía era real, y luego descubrí que yo tenía un trastorno esquizofrénico. Mi mente la inventó. Ella nunca fue real.

Pensé que sería la muerte, pero casi.

Pensé que podría ser la periodista, y lo fue por cuatro años. Hasta que un día vino un viejo amor, y se fue con él.

Pensé que sería la soledad, otra vez.

Pensé que sería la fotógrafa, me gustaban los viajes, los vinos y las largas caminatas por El Olivar. Pensé que nos quedaríamos echados en su cama todo un invierno. Pensé que su perro tenía celos de mí. Y también me hizo pensar que sería padre.

Pensé que sería Alejandra, Lucía, Pamela, Giovanna, Vanessa, Victoria o Andrea... pero no al mismo tiempo.

Pensé que en algún momento de mi vida tenía suerte, pero la suerte no existe.

Pensé que es más fácil conquistar chicas tontas en bares en Miraflores, Los Olivos, Barranco o en el centro de Lima. Cambiarme de nombre y de profesión para ello. Fui Diego, Sebastián, Christhian, Luis, Javier, Ernesto, Jorge, Jair y Sergio. Fui escritor, profesor de matemática, cantante en una banda de rock y otra de indie, fotógrafo, publicista, chef, masajista, diseñador gráfico, artista plástico, blogger y hasta hacker. Pensé que así sería más fácil llevármela a la cama a quien se me antoje, y funcionaba. Todas las veces que no fui yo, funcionó... un tiempo.

Pensé otra vez en la soledad, y por ahora... todo anda bien.