lunes, marzo 08, 2010

Cursi suicida #11


Esa chica de la cámara una vez vino y se fue. Me robó una foto y se marchó. Me pidió que la ayudase y terminamos ebrios los dos, jugando y sonriendo como si fuéramos amigos de toda la vida. Esa chica tierna de sonrisa sencilla, esa vez vino y partió dejando en mi regazo, un regalo.

Otro día volví a ver a la chica de la cámara que una vez vino y se fue. Conversamos de tres tonterías y sonreíamos de dos en dos, de impar en impar. Ella ya no era la chica de la cámara porque ahora las cámaras se enfocaban en ella. Ella sonreía, tomaba vino y seguía sonriendo. Se las ingeniaba para permitirse lucir bella con un vasito de plástico en la mano. Ese día, yo llegué y me fui. Y en el camino pensaba que ella nunca se iría de mí.

Tiempo después la chica de la cámara solicitó reunirse con un chico que presume ver el futuro para andar por ahí. En vez de eso, consiguieron rebeldía en sus cuerpos quedándose con el bolsillo habitado de mariposas. Ellos dos -imagínelos querido lector- presumiendo sobre el futuro a incautas personas que se les acercaba. Imagínelos otra vez por favor, ellos con lo recaudado entregándose al vino más barato de la tienda más caleta planeando más de una aventura. Esa chica extraña y presa fácil de la oxitocina se fue y ese día imaginé como sería vivir con ella.

Al año siguiente, la chica de la cámara me enseñó su cámara y se fue. Yo todo lo que tenía, que era nada, se lo di. Ella vino y nos fuimos, luego huimos porque la noche venia, para terminar despidiéndonos los tres.

Unos días después, la chica de la cámara vino sin su cámara y nos fuimos a mi casa. Luego me di cuenta que nadie me esperaría. Y la tarde murió en el almuerzo que ella maquinó.

Al tiempo, me enteré que ella murió. Luego yo morí. Y la chica de la cámara vio la foto que una vez me robó, me extrañó, y de pronto desperté dentro de un cajón al que nunca pude salir hasta hoy.

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