sábado, junio 06, 2009

Espera

El sol lamia con cierto rubor la acera. Las nubes caprichosas se obsequiaban y se perdían en el firmamento. Un soldado en pose de descanso en colaba entre tus palabras tacitas mientras sucintaba otro vuelco en sus manos. Y de pronto, sus nervios se le permitieron un latido. Escuchaban risas que se perdían de su objetivo. Carros y personas que huían del smog que es habitar una aldea evolucionada. Y un humano cruzaba delante de mí y lo mire de reojo como un árbol mira al ahorcado tratar de romper la soga. Y te esperaba como un gánster espera a su víctima que termine el café y las tostadas mientras el sol agoniza en el cielo. Y de repente, otro latido nervioso asalta mi torrente febril y gélido. Unas chicas me miran y sonríen neurasténicas. A lo lejos, un soliloquio de Silvio me alcanza. Me toca. Su voz inyecta mis nervios de verte y saber quién eres. En el infinito unas nubes acribillan la soledad del viento sátrapa que dirige hidalgamente un compas bailable con la soledad, con el silencio que llego a tocar con mis ojos. Y espero tu luz cabalgar detrás de esa puerta a lo universal. Que veo gente salir. Que veo a todos, menos a ti.

En la acera sumo AxB y resulta exhausto. Una gota de sudor se tienta de salir. Otro latido nervioso me hace dar cuenta que el sol muere más rápido y se apura. El F canta una balada sin sentido normal pero con una moraleja armónica que recubre tu encanto misterioso, de doncella medieval con un caballero feudal a punto de colapsar y daos su espada por tu vida, simétrica. Tu voz sucumbe en la hoguera nerviosa de caja cardiaca fumigada por Lucky Strike. Y miraba la luna danzar tempranamente en un octano. Ese arco iris de gasolina dibujado por Robert Pinsky, amordazaba y cubría tu llegada a lo terrenal. Cernías tus pasos en mi acera, en mis dominios retinentes. Un último latido imperceptible y sazonado de timidez, ensayaba una sonrisa en mi rostro indecorable. Y tú, el arpegio perdido de Serrat te encontré. La llama que gira en el canto de dios en vermut. Ya no importaba nada en el espacio. Ni las risas de niños pololeando en el contorno del tiempo detenido. Ni el caramelo de mayo que habitaba en mi boca. Ni las nubes. Ni los carros. Ni las personas volteando. Ni los niños corriendo y menos el trafico enardecido o las esquinas ni su luz. Llegaste tú, y el mundo lo entendió como yo lo vi.

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