domingo, noviembre 16, 2014
Canela y clavo de olor
Sé que te acostaste con mi hermano, cuando cumplimos un año de enamorados. Pero me hago el huevón para que te quedes a mi lado. Para poder escribir en un blog que nadie, y decir en cada texto que es la última línea que te escribo. Que es la última vez que jalo coca en la espalda de alguna prostituta de El Carrusel. La semana pasada llegó una Boricua que, por veinte soles más, se llama igual que tú.
Te mentí cuando me preguntaste si recuerdo cuando nos conocimos. Hasta me acuerdo que fue jueves por la tarde y usabas un polo viejo de Mickey Mouse. Así de simple, nunca te arreglaste cuando éramos amigos o cuando empezamos a salir. No necesitabas, tenías la sonrisa más mágica desde que dejé de tomar dos Risperidona, una Olanzapina, un Tremaril y Dumirox o Valium, a veces. Todas cada doce horas. Mamá decía que eran para verme más guapo, mientras intentaba sonreír.
Y aquí vamos de nuevo. Hace media hora estabas en mi habitación y ahora estás en mi sofá leyendo poesía de Pedro Rocha, cubierta solo con un sucio y viejo polo mío. Me encanta que uses mi ropa, porque siempre lo dejas oliendo a canela y a clavo de olor, como ese perfume que te compraste cuando fuimos juntos a Montevideo, a visitar a mi hermano.
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