¿Qué vas a hacer conmigo?

En primer lugar, debajo de tus faldas dejaré mi vocabulario aburrido. Detrás, en tu espalda, patrocinaré roces carmesí, mientras tu indumentaria se deslizará sin mucho esfuerzo saboteando el mutismo. Mordiendo mis labios, royéndome los sesos. Delante de tu boca, mi mejor ego se despertará adiestrado. De frente, entre tus pechos, acariciaré tu epidermis montañosa y gritarás consonantes rasgando con tu fricción mi turbado plexo falto de cervicales arañadas por tu voz. Tu calor fluirá hacia abajo y tu lengua, ese idioma silenciosamente excitante, tasteará sin prisa, torpe pero astuto, frágil pero tosco, nocturno pero de día, cerrarás tus ojos y mentirás un bostezo dejando en evidencia el mismo acceso a tus besos. Solo que este beso será formalizado de otro color, un toque más oscuro.

Luego me gustaría que invadieras mi casa con tu sinfonía de suspiros violentos. Y saltes sobre mí con la intención de asaltar mi cara de inocente, de turbarme del mundo y olvidar lo inolvidable. Ir sobre ti con la intención de ver tú cara de loca, de masturbarte como lo haces a solas y de recordarte que dos cuerpos juntos son arte, si nunca tropezaron en palabras.

Y para concluir, su respectivo cigarrillo y la lírica de Daniel F.

Abrazos rojos

Tus besos acústicos encerrados en el desván, apuntados por la lírica orgánica. Tu sonrisa lívida que hace juego con ese sofá expectante, aconciertando los géneros indicados. Tengo el privilegio de saber qué parte de tu piel sabe mejor, si realmente eres castaña o si ese rubor es extranjero a tu tez. Me encanta cuando llevas la fiesta abajo, cuando cantas sin voz y con los ojos cerrados, cuando tus manos son mis manos y sin dudar o dudando, humedeces lo mojado. Luego me miras todo atado, me arañas el perfil y converso con venus, como tú en soledad. Luego de nuevo tu lírica en el sillón, queriendo estar más juntos que cosidos, recordando mi previa infancia un rato. Luego nos miramos, enmiedeses, me abrazas, y nada más.